La carta de un verano
Podemos decir que dentro de las etapas del duelo, encontramos la etapa de la negación, la cual nos hace engañarnos a nosotros mismos. Nos hace detenernos, pues no creemos lo que sucedió, ni la pérdida, tampoco nos hace asimilar lo que estamos viviendo. Al hablar de duelo, me refiero a la pérdida de un ser querido, el duelo amoroso y también nuestro propio duelo, el duelo de esa persona que fuimos alguna vez y que muy en el fondo sabemos que no regresará. Sabemos que hizo lo correcto y que aunque nos cause molestia o ira recordar las cosas que llegó a permitir, no podemos modificar el pasado. Solo debemos sanarnos y convertirnos en los padres de nuestro niño o niña interior, para así no sentir que los hemos abandonado.
Creemos que algún día regresará eso que fuimos, lo que amamos de esa persona o personas. La espera de nuestro ser o de alguien que amábamos a un nivel muy complejo. La espera de que los momentos se repetirán. Donde no queremos cambiar nada porque tenemos la esperanza de que si permanecemos como nos encontrábamos justo antes de esa pérdida todo volverá, todo volverá a su estado «normal». La negación de las desilusiones, el registro de lo que nos marcará por siempre.
La carta de un verano
Hoy te has levantado para ver las manzanas caer.
Aún llueve como solía hacer.
No ha parado el tráfico de las 3. Pareciera que los pájaros ya no quieren esperar para ver a sus crías crecer.
Las mañanas son eternas, no hay reloj. Las baterías se han gastado, no quiero dejar la casa para irme a perder.
El baño se ha tapado, creía que al dejar de usarlo la ducha podría deshacerse del agua más rápido.
Aún preparo la ensalada de atún, pero no la pruebo. Al terminarla, siempre se me va el apetito.
Pareciera que la cocina no se usa desde que no estás, parece un sueño, parece que no logro ver la realidad.
He olvidado como contar los números, siento que de tan solo pensarlo me dará ansiedad.
El teléfono no funciona, lo he desconectado, no quiero hablar.
Son meses que no me encuentro a los vecinos, es que no me atrevo a abrir las cortinas.
Tengo miedo, cada vez el verano se hace más y más largo. No quiero despertar de este engaño jamás.
He tapado los espejos, no quiero ver mi reflejo. No lo podré olvidar.
Aún los árboles se mueven, escucho sus hojas rozar con el viento. Eso hace que el día no sea perdido.
La cama suena, aunque no me muevo. El sonido no me haría cerrar los ojos.
Parece que al irte el insomnio no desaparece. No puedo dormir con los fantasmas gobernando mi mente.
Aún me siento en aquella silla de madera pintada de azul, observo la ventana de mi habitación por horas mientras mi vestido de seda blanco se torna gris. No he cambiado mi ropa desde que te fuiste.
La habitación se siente vacía, sus paredes blancas hablan solas.
He olvidado como peinarme, no encuentro el peine en la peinadora.
Hace mucho calor, las ventanas nunca se abren.
Los cuadros se han caído, solo espero que vuelvas para arreglarlos y pintar unos nuevos.
No sé que día es, he perdido la noción del tiempo con tu ausencia.
Disfrazo el miedo bailando con las melodías que se reproducen en mi cabeza.
Siento el dolor muy adentro pero siento como mi corazón sigue latiendo.
Hoy te has levantado para ver las manzanas caer.
Yo me he levantado al ver la luz del sol atravesar mi ventana.
He bailado con el vacío que hay en mi exterior y con mi vacío interior.
Aún llueve dentro de mí como solía hacer.
He tomado un papel y he escito poesía. He escrito la mentira que vivo y lo imposible que se pueda escuchar.
Me he sentado en la silla de madera pintada de azul, sintiendo como pasan los días y como la vida cambia de página y se lleva otro verano y a mí dentro de él.
Agosto 2021.
Este poema lo escribí en el momento más crítico en el que he estado, hasta ahora. Donde mi salud corría riesgo, mi salud mental, emocional y física. Al leerlo sientes la ausencia, el abandono. Un profundo vacío que conforme avanzas en la lectura se hace familiar. Refleja como también la persona decide acostumbrarse a vivir así, aún dándose cuenta de la realidad en la que está. Sabiendo el dolor, sabiendo el grado de peligro que acarrea abandonarnos y cerrarnos en nuestra tristeza o posible depresión, continuamos el camino como si eso nunca nos afectará o dejará marcas.
Anhelamos que todo continúe de la manera en la que mejor sabemos hacer las cosas, la manera en la que nos acostumbramos. Pero no es así, la vida nos coloca en una encrucijada, donde no queremos soltar o no queremos escucharnos. No queremos prestar atención a lo que ya nuestro ser sabe, todas las respuestas están dentro de nuestro corazón. Muchas veces al ser una persona racional no facilita absolutamente nada. Todos dicen que pienses con «cabeza fría», pero dentro de nosotros tenemos una vocecita, nuestra intuición, nuestro YO superior. Siempre algo nos empujará a lo que estamos destinados a recibir, así no aceptemos o creamos que será imposible.
Pasé por eso, creí que era imposible soltar, no me sentía capaz de hacerlo. Hasta que empecé a escucharme a mí y ahora sé que lo que siento es real e indistintamente del resultado o de lo que suceda más adelante en mi vida, puedo superarlo. Pero todo lo aprendí al separarme de lo que más amaba, de mí misma, de los lugares que fueron mi «casa», los que sentí como mi «hogar» y que lo fueron. Si pude con eso, de ahora en adelante sé que podré con todo, un dolor tan grande como ese no lo había experimentado. Puede llamarse apego, tal vez, pero habían muchas cosas que no merecían desenvolverse de cierta manera y es vivir igualmente un duelo. La vida me llevó a aprender la lección de saber soltar, de mantener un apego seguro con todo lo que para mí es importante. Me llevó a entender que aunque esté o no esté en mis «hogares», ellos siempre estarán conmigo, a cualquier lugar a donde vaya.
Espero te haya gustado. Nos vemos el próximo domingo con un poema que he desarrollado para un poemario en el que estoy trabajando. "Palabras de la muerte de un alma en otoño", se encontrará dentro de la sección "Tu tormenta".
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